Los tres, en un aullido doloroso pronunciaban el nombre de Luis. El alma y corazón se achicaban y entrada la mañana, abandonó aquel tétrico lugar. Los asesinatos, desapariciones y tiroteos entre rivales y las fuerzas del orden eran el pan de cada día. Caminó hasta romperse los pies y se adentró a regiones conurbadas a la capital, a San Andrés Tlalnehuayocan y Banderilla, donde en cada poste, cabina telefónica y pared, pegaba aquel trozo de papel con la esperanza de que la golpeada sociedad pudiera hallarlo y reportarlo. Los estertores de la violencia lo alcanzaron en plena calle de Banderilla, mientras con cinta diurex pegaba carteles. No habían pasado ni 24 horas, cuando su móvil, en un tono seco y frío, sonó. Una voz del otro lado quebró a aquel hombre edificado entre obras y albañiles. Las palabras desaparecieron de la mente del hombre.
Levante reconocimiento íntegro del encausado, que cuenta con 44 años y antecedentes penales, ha supuesto que tanto la Fiscalía como la acusación particular, que ha ejercido la letrada Mónica Gallardo, hayan modificado sus escritos de calificaciones, pidiendo ahora ocho años y nueve meses de prisión. Los dos protagonistas de esta historia mantuvieron una corta relación sentimental, apenas cuatro meses. Vivían en el piso de ella en la barriada de Torreblanca. Para ello, la aislaba socialmente, no le dejaba salir de casa, salvo para comprar. Denial le gustaba que hablara con hombres. Incluso, llegó a dejarla encerrada en casa. Mostraba un actitud agresiva. Solía romper enseres del mobiliario de la vivienda, alegando que tenía que abrirse de alguna manera, y «antes de reventarla a ella a porrazos, fracturaba objetos«. Ella trató de poner fin a la relación en varias ocasiones, pero la retomaba por miedo a las represalias y en la falsa creencia de que iba a evolucionar.
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